—A las vicuñas no se les pone marca —el viejo apunta al cielo con el dedo, sus ojos oscuros escondidos bajo la gorra negra se tornan hacia arriba— las vicuñas son de Dios.
Cuando llegué a Salitre, parecía, que en el pueblo no vivía nadie. De las puertas metálicas encajadas en las paredes gruesas de las casas de adobe colgaban solo los candados solitarios. Cuantas casas: ocho, quizá diez.
—Allá aún vive un abuelito —el viejo señala a una de las casas más humildes— vive solo, los hijos todos en Argentina.
El mismo cuento en todos los pueblos abandonados del sur del Altiplano: ¿dónde estarían sus habitantes? Trabajando: en Chubút, en Patagonia, en Tierra del Fuego.
Salitre tiene una avenida principal y una callecita transversal: desde la iglesia hacia la izquierda. El templo luce con dos torres y el techo de hojalata: es mucho, porque la mayoría de los edificios de la aldea está cubierta por paja mezclada con un barro pedregoso. La fechada devastada descubre los ladrillos gigantescos de las paredes, el patio está cubierto de malezas. El cura de Villazón viene dos veces al año.
—Ponen una mesita acá, otra allá y hacen su procesión. Se llama Corpus Cristi eso.
Diviso una moto en la terminación de la calle transversal: voy, ahí deber haber alguien. En un semicírculo hecho de leñas de los arbustos bajos que abundan en la región, está sentado un reducido grupo de personas. Un hombre de chompa azul comparte un discurso ardiente. Es el maestro.
—Aquí todos tienen doble nacionalidad: boliviano-argentina —me dirá más tarde—. Hechos acá, nacidos allá —se ríe y apunta con el dedo hacia el sur— detrás de éste cerro ya es Argentina.
La escuela queda al lado de la vía y —según el maestro— tiene veinte estudiantes. Digo que es mucho para un pueblo donde no se ve un alma.
—Viven más arriba —extiende su dedo hacia las montañas— y más abajo —asiente con la cabeza en dirección contraria.
De hecho: aguas arriba y abajo de una pobre quebrada hay un par de casas de adobe más. Ahí también se extiende una red de muros de piedra de los que algunos protejen a los reducidos cultivos de la zona, y otros les sirven a las llamas: de corral o para el baño.
—Por inmersión —explica técnicamente el maestro, a la vez que se agacha como si el mismo quisiera saltar a la piscina.
Las llamas suelen contagiarse de parásitos y toca bañarlas. Hay que ponerle la marca tambíen: las cintas de colores en sus orejas identifican al dueño. Y marcar las llamas no es cosa fácil: el dueño anda por las aldeas pidiendo ayuda en el largo caminar por el Altiplano extenso en busca de los animales. Después se invita a todos un asado de carne de llama.
La vicuñas, aunque son de Dios ya que no se dejan domesticar, también forman una parte importante de la economía de la región. A las vicuñas no se le pone marca ni tampoco se la come pero —eso sí— se las razura. El proceso implica otra vez recoger un grupo numeroso de hombres quienes con una red larguísima en mano recorren la planicie pescando los animales.
Las vicuñas con espantadizas, pero no muy rápidas: se las puede alcanzar en bicicleta.
Las alpacas no habitan la parte sur del Altiplano boliviano. La foto arriba proviene de la parte central de los Andes peruanos.
El viejo me había preguntado ya varias veces si iba a su tiendita a comprar galleta, así que por fin me fui. Son las siete de la mañana. Es el último momento, dice el viejo, porque ahora va a cerrar el local e ir a la aldea vecina a comprar maíz para sus llamas. La aldea vecina se ubica en un profundo valle: allá el clima es algo más templado, hay agua y se puede cultivar alguito. Hay hasta árboles —dice.
La parte sur del Altiplano, aunque plano, está quebrado en partes por angostos valles. Así que de vez en cuando toca bajar unos cientos metros solo para cruzar una cinta de agua de dos metros ancha que no llega ni a los tobillos. Y eso es mucho, pues estamos en época de lluvias.
En el patio minúsculo de la casa de barro se está secando una llamita bebé, ya sin piel. La carne color rojo carmesí brilla en el sol mañanero. Hay también maneras algo más humanitarias de obtener el charque de llama: la carne de un animal maduro se corta en rodajas finitas y expone al sol.
La tiendita ofrece galletas y no mucho más: está el picadillo argentino, los pescados enlatados de Chile y una selección un poco más amplia de golosinas infantiles. No hay luz y en la salida me topo con un hígado de llama secándose.
Las llamas vivas descansan en su corral de piedra, mientras que por la placita principal vagabundea un caballo.
—Es jóven todavía, pero cuando crezca, ¡uh, arrear las llamas se volverá tan fácil!
No era un viaje fácil: 200 km en 6 días, éste dato dice mucho. La RN28, a pesar de ser una ruta nacional, es en gran medida —y más entre Camacho y Huayllajara— una mezcolanza de piedras con tierra suelta con subidas tan empinadas, que empujar la bicicleta es una necesidad. La región de papas y burros, que se ocupan de transportarlas.
La parte quizá más exigente es la subida de Rejará al Altiplano, a la altura de 4200 metros aproximadamente: un sin fin de curvas, todo en subida, en neblina y lluvia el día entero. Sin duda: no lo hubiese podido hacer sin el asado de cordero que me invitaron el día anterior.
El resfrío me llegó, pero los tecitos interminables de gengibre hicieron lo suyo y la enfermedad no pudo seguir muy lejos. Ahora estoy en Villazón, carnaval en pleno, así que voy a sacar fotitos y descansar lo que se pueda.
Así fue la semana pasada en Tarija:
y éstas son algunas fotos más del camino:
Llama |
Vicuña |
Alpaca |
Cuando llegué a Salitre, parecía, que en el pueblo no vivía nadie. De las puertas metálicas encajadas en las paredes gruesas de las casas de adobe colgaban solo los candados solitarios. Cuantas casas: ocho, quizá diez.
—Allá aún vive un abuelito —el viejo señala a una de las casas más humildes— vive solo, los hijos todos en Argentina.
El mismo cuento en todos los pueblos abandonados del sur del Altiplano: ¿dónde estarían sus habitantes? Trabajando: en Chubút, en Patagonia, en Tierra del Fuego.
Salitre, la calle transversal |
Salitre tiene una avenida principal y una callecita transversal: desde la iglesia hacia la izquierda. El templo luce con dos torres y el techo de hojalata: es mucho, porque la mayoría de los edificios de la aldea está cubierta por paja mezclada con un barro pedregoso. La fechada devastada descubre los ladrillos gigantescos de las paredes, el patio está cubierto de malezas. El cura de Villazón viene dos veces al año.
—Ponen una mesita acá, otra allá y hacen su procesión. Se llama Corpus Cristi eso.
La iglesia en Salitre |
Diviso una moto en la terminación de la calle transversal: voy, ahí deber haber alguien. En un semicírculo hecho de leñas de los arbustos bajos que abundan en la región, está sentado un reducido grupo de personas. Un hombre de chompa azul comparte un discurso ardiente. Es el maestro.
—Aquí todos tienen doble nacionalidad: boliviano-argentina —me dirá más tarde—. Hechos acá, nacidos allá —se ríe y apunta con el dedo hacia el sur— detrás de éste cerro ya es Argentina.
Casa |
La escuela queda al lado de la vía y —según el maestro— tiene veinte estudiantes. Digo que es mucho para un pueblo donde no se ve un alma.
—Viven más arriba —extiende su dedo hacia las montañas— y más abajo —asiente con la cabeza en dirección contraria.
De hecho: aguas arriba y abajo de una pobre quebrada hay un par de casas de adobe más. Ahí también se extiende una red de muros de piedra de los que algunos protejen a los reducidos cultivos de la zona, y otros les sirven a las llamas: de corral o para el baño.
—Por inmersión —explica técnicamente el maestro, a la vez que se agacha como si el mismo quisiera saltar a la piscina.
Los muros de piedra en Pulario: un pueblo algo más grande que Salitre |
Las llamas suelen contagiarse de parásitos y toca bañarlas. Hay que ponerle la marca tambíen: las cintas de colores en sus orejas identifican al dueño. Y marcar las llamas no es cosa fácil: el dueño anda por las aldeas pidiendo ayuda en el largo caminar por el Altiplano extenso en busca de los animales. Después se invita a todos un asado de carne de llama.
La vicuñas, aunque son de Dios ya que no se dejan domesticar, también forman una parte importante de la economía de la región. A las vicuñas no se le pone marca ni tampoco se la come pero —eso sí— se las razura. El proceso implica otra vez recoger un grupo numeroso de hombres quienes con una red larguísima en mano recorren la planicie pescando los animales.
Las vicuñas con espantadizas, pero no muy rápidas: se las puede alcanzar en bicicleta.
Las alpacas no habitan la parte sur del Altiplano boliviano. La foto arriba proviene de la parte central de los Andes peruanos.
Llamitas bebés |
Ruta nacional 28 |
Vicuña filosófica |
El viejo me había preguntado ya varias veces si iba a su tiendita a comprar galleta, así que por fin me fui. Son las siete de la mañana. Es el último momento, dice el viejo, porque ahora va a cerrar el local e ir a la aldea vecina a comprar maíz para sus llamas. La aldea vecina se ubica en un profundo valle: allá el clima es algo más templado, hay agua y se puede cultivar alguito. Hay hasta árboles —dice.
La parte sur del Altiplano, aunque plano, está quebrado en partes por angostos valles. Así que de vez en cuando toca bajar unos cientos metros solo para cruzar una cinta de agua de dos metros ancha que no llega ni a los tobillos. Y eso es mucho, pues estamos en época de lluvias.
Los cactus |
Una de las quebradas del Altiplano |
La aldea con árboles y maíz |
En el patio minúsculo de la casa de barro se está secando una llamita bebé, ya sin piel. La carne color rojo carmesí brilla en el sol mañanero. Hay también maneras algo más humanitarias de obtener el charque de llama: la carne de un animal maduro se corta en rodajas finitas y expone al sol.
La tiendita ofrece galletas y no mucho más: está el picadillo argentino, los pescados enlatados de Chile y una selección un poco más amplia de golosinas infantiles. No hay luz y en la salida me topo con un hígado de llama secándose.
Las llamas vivas descansan en su corral de piedra, mientras que por la placita principal vagabundea un caballo.
—Es jóven todavía, pero cuando crezca, ¡uh, arrear las llamas se volverá tan fácil!
Es éste |
* * *
No era un viaje fácil: 200 km en 6 días, éste dato dice mucho. La RN28, a pesar de ser una ruta nacional, es en gran medida —y más entre Camacho y Huayllajara— una mezcolanza de piedras con tierra suelta con subidas tan empinadas, que empujar la bicicleta es una necesidad. La región de papas y burros, que se ocupan de transportarlas.
La parte quizá más exigente es la subida de Rejará al Altiplano, a la altura de 4200 metros aproximadamente: un sin fin de curvas, todo en subida, en neblina y lluvia el día entero. Sin duda: no lo hubiese podido hacer sin el asado de cordero que me invitaron el día anterior.
El resfrío me llegó, pero los tecitos interminables de gengibre hicieron lo suyo y la enfermedad no pudo seguir muy lejos. Ahora estoy en Villazón, carnaval en pleno, así que voy a sacar fotitos y descansar lo que se pueda.
Así fue la semana pasada en Tarija:
y éstas son algunas fotos más del camino:
Tarija y sus viñedos |
Aún valle, aún calor |
Ya con más subidas y piedras |
Pues sí... |
Burritos descansando de tanto cargar las papas |
Huayllajara |
Otra quebrada del Altiplano |
Lago |
Nubes intentando trepar al Altiplano |
Coronando |
Animalitos |
Más animalitos |
La pobre flora |
Una casa en la esquina, Salitre |
El camino una vez más |
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