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sábado, 17 de septiembre de 2016

¿Qué quedó de Ayampe?

Garua son estas gotitas de agua miniaturescas (¿existe palabra "miniaturesca"? si no, pues que exista) que van cayendo del cielo por ahi, por Ayampe y Puerto Lopez en agosto o septiembre. Es una especie de lo que en Europa llamamos otoño. En otoño la temperatura baja paulatinamente desde el calor del verano hasta los hielos del invierno. Eso, como el agua, apaga el alboroto vacacional y poco a poco, en cambio, entra con melancolía. Garua tambien es melancolica y es cierto, que este pedazo de la costa ecuatoriana con garua está algo calladito. No hay tanta gritería, tantas risas en voz alta soltadas al aire. Las señoras se sientan frente a sus casas esperando que escampe y no escampa durante semanas. La ropa no se seca y por las noches hay que ponerse medias y pantalones largos.

Sorprendentemente la garua sabe mojar bien. Las gotitas son pequeñitas, dificiles de percebir, pero su cantidad respalda al tamaño y hasta una corta marcha puede volverte mojado enterito y dar una esperanza de tos y gripe al otro día (especialmente si compras agua donde el señor "¡vacanisimo!", que es más barata que el agua de la señora enojada, pero el cierre siempre esta mal puesto y por el camino algo de los 20 litros de la potable se te queda en la camiseta). Pues en pocas palabras: provoca más bien quedarse en la casa.

En la casa

La historia de Ayampe tiene ciertos razgos factográficos parecidos a la historia caraqueña (acá fue descrita, haz clic): con correr a la frontera o conseguir visa (ésta vez hasta legalmente) y pasar unas dos semanas de esfuerzo fisicomental, para volver (y bueno, ya despues de dos historias así podría por lo menos aprender, que los esfuerzos y sacrificios son valorados por las mujeres solamente en las películas de Holywood y en los cuentos de la mitología griega). Otra cosa en común es que sólo me lo permito escribir en la versión española de la página, porque casi nadie la lee y a la mayoría de los que la leen nunca más voy a ver los ojos, porque - pongamonos realistas - probablemente no volveré ni a Manizales, ni a Yucatán, ni a... bueno, a Caracas volveré. De todas maneras es como en el cuento que eché la ultima vez:

En trenes en Polonia - esos de los viejos - los pasajeros estan sentados en compartimientos por ocho personas en cada uno. Tienes cuatro personas en un banco y otras cuatro personas en frente. A veces solo se la pasan mirando, otras veces alguien se queja: solicita cerrar o abrir la ventana porque esta enfermo o tiene calor. Pasa tambien que en un compartimiento se sientan solamente dos, tres personas. Esa tercera se sienta en un rincon y se queda callada. Yo y el viejo en frente nos sentamos cerca de la ventana. El lee algo, yo tambien, y de eso se empieza. Luego resulta que el trabajaba en Z., y yo sí, claro, conozco este pueblo: pues pasé por ahí caminando con una mochila roja y grande, con dos amigos más, en vacaciones de dos mil cinco. Terminamos contando toda la vida, sin preocupaciones, porque pues, igual, nunca más nos vamos a ver.

Ajá, y ahora somos dos quienes se citan a si mismo: yo y el comandante Chávez.

Lo demás de la historia - bueno, más allá de su fracaso y pensar, como escribía antes, para quien brillara el sol, clic - es diferente, porque D. es diferente que N. Con D. pasé quizas (y casi que seguramente) el mes más feliz de mi vida. Un mes de disfrutar la vida en su plenitud de sencillez diaria, en amar, comer, reír, mirar atardeceres y estar, estar el uno al lado del otro. Esta sencillez más bella, que quizas (y casi seguramente) nunca antes me había tocado, y de tan bella manera. Y lo más importante: ahí hubo no solamente palomas blancas volando por el cielo azul, rosas y suspiros, sino una comunicación verdadera. Y es la comunicacion que te hace no solamente sentir, sino creer o hasta pensar, que una relación que se empezó casualmente podría ser algo serio, algo serio muy serio.

Luego de un més fue como cuando el pana de SantoRobot disfrasado de Maduro escucha como le dicen sobre "la palabra por D" y el no aceptando lo obvio esquiva: "¿diestro con la espada?", "¿Dudamel? ¡Me encanta Dudamel!" . No, pues, no me digan que no han visto éste video. Ahí está, clic. Pero resulta, que la palabra por D es Dictador. Asi mismo cuando uno sabe, que va a escuchar la frase por "Ya": primero esquiva que quizas será "Ya comí" o "Ya me voy a dormir", pero resulta que la frase es "Ya no me gustas".

Esa frase cae como rayo del cielo, y asi mismo paraliza y da dolor como corriente de miles de volteos. Y así fue, especialmente que cayó tan repentinamente, sin una razón clara. Luego se desenfocó un poco, que ahora no, que quizas más tarde, que y si luego viajamos juntos, pero sosteniendo este único seguro e inapelable: "ahora no".

Éste rayo ecuatoriano cayó muy pronto despues del rayo venezolano y eso duele algo fuertecito. Es como cuando tienes una herida grande en la piel (como esas de quemarse con la moto) y antes de que se haya recuperado, te hieres en el mismo lugar de la misma manera (otra quemadura de la moto). Duele, ¿a? Pues sí. Pero el caso ecuatoriano es en tanto más serio que - como se había dicho - ahi hubo una comunicacion bella, un compartir de chistes ironicos, de cuentos y sueños, que no deja de hacer pensar, que todavía todo debe ser posible. Y si se vuelve posible, sería algo serio y algo bello.

Y bella, bella también es, obviamente. La caracteriza una belleza sutil, una belleza que tienen las playas del sur de Manabí en el tiempo de garua. No es esta belleza descarada e imponente de la costa Caribe: la hermosura de los contrastes y colores fuertes. Es más bien una belleza de otoño, el baile de matices, claroscuros y miles de tonos de gris. Además esos ojos de misterio, del mismo misterio que tienen las colinas que irrumpen al mar, cubiertos de arbustos secos, con un color indefinido obtenido en herencia de los rayos del sol que por ahi de vez en cuando encuentran como pasar por la capa firme de nubes metalicas. Ojos sonrientes y tristes a la vez. Así como son los míos, por lo menos así me decía la gran amiga M. y quizas nunca lo había entendido bien hasta que ví los ojos de D. Sus ojos y su rostro de garua. Su rostro que si quisieras que lo expresen por música, tendría que ser Chopin (o Piazola). O si quisieras que lo pintaran, tendría que ser Chagall, o más bien Reverón, el maestro de las luces.

Quiso que me fuera y al final me fui. Dijo que no era un adiós sino hasta luego. Y yo se, yo me los estoy imaginando a ustedes cagandose de la risa, pero sí, yo creo en esto. ¿Qué me queda más de Ayampe, que creer? ¿Qué, que eso es imposible, ilogico? Bueno, si es que hay alguien por ahí quien se dedica a creer en lo imposible, al parecer éste soy yo. Claro que a veces duele, pero cuando resulta ser verdad - y a veces lo imposible se vuelve verdad, si no, no habría hecho varias cosas en mi vida - entonces cuando resulta ser verdad, es una alegría sin comparación. Y en fin, cómo decía Bolivar: Lo imposible es lo que nosotros tenemos que hacer, porque de lo posible se encargan los demás todos los días. O como en uno de los atardeceres poeticos en la Abra Solar leyó la pronto reconocida poeta caraqueña Betsabe Montes (saludos, Betsa):

Favor abstenerse los conformistas, los delimitadores de las primaveras, los mutiladores de espíritu y por sobre todo, aquellos que no crean en la belleza de lo simple. Abstenerse aquellos que no crean en las utopias... Nosotros aqui seguiremos multiplicando panes y peces.

O - ya para rematar - como cantaba Silvio:

Si no creyera en lo más duro
si no creyera en el deseo
si no creyera en lo que creo
si no creyera en algo puro.

[...]
Qué cosa fuera,
qué cosa fuera la maza sin cantera.
Un amasijo hecho de cuerdas y tendones
un revoltijo de carne con madera...



Recuerdo que J.B. me decía que no mezclara la literatura con la vida y quizas tenía razón. Lo paradójico es que fue ella y no yo quien ha estudiado literatura de verdad. O quizás no es ninguna paradoja, sino más bien algo como lo que pasa con algunos sacerdotes que llegan a ser especialistas de teología: dejan de creer por entender demasiado. De todas maneras: lo que quedó de Ayampe es la esperanza que algun día vuelva. Y un par de fotos que me gustan.

Nublado

Azul

Piedra

Dos piedras

Atardecer

Vivero volante

Pan
Pan polaco

Escalera

Chanclas

Mar de vestidos

El mundo visto a través de lagrimas

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